JUAN RUIZ, ARCIPRESTE DE HITA
Aparte algún documento dudoso, los únicos datos que tenemos de Juan Ruiz son los que figuran en la única obra suya que conocemos: el Libro de Buen Amor. Se llamaba Juan Ruiz, debió cursar estudios en Toledo, Hita, Alcalá de Henares o alguna localidad de esta zona, seguramente fue encarcelado por orden del arzobispo de Toledo Gil de Albornoz contra el cual Ruiz protestó cuando el alto prelado trató de eliminar la tradición hispánica de la barraganía o contrato de convivencia de un sacerdote con una mujer, era un gran aficionado a la música (como lo prueba su conocimiento de la materia a través del léxico muy especializado que maneja), fue arcipreste de Hita (provincia de Guadalajara) y había nacido tal vez en Alcalá de Henares (c.1284-c.1351), pero no falta quien piense que esos datos se refieran al personaje del libro y no al autor. Un personaje, la vieja Trotaconventos, traza un retrato del arcipreste: tampoco es de fiar este retrato, pues no hace sino enumerar los rasgos tópicos que, en la Edad Media, se atribuían a los buenos amadores (y Trotaconventos está intercediendo con la monja doña Garoza para que acepte al arcipreste como amigo).
El Libro de buen amor (1330 y 1343) es una obra del mester de clerecía del siglo XIV. El título con que hoy se conoce fue propuesto en 1898, basándose en distintos pasajes del propio libro. Es una obra miscelánea, esto es, trata de muy diversos temas, en más de 7000 versos. En su mayor parte utiliza la estrofa característica del mester de clerecía: la cuaderna vía. También contiene partes en otras estrofas y en versos cortos. Se trata, pues, de un poema polimétrico (=de diversos metros o versos).
El Libro de buen amor se caracteriza por la heterogeneidad de sus contenidos:
- una autobiografía ficticia de Juan Ruiz (el hilo conductor de la obra), que se presenta como galán que expone un amplio repertorio de posibilidades amatorias con distintas mujeres, todas de diferente origen y condición social: pastora, gran dama, soltera, casada, mora, monja etc., ayudado por una tercera o alcahueta (Urraca, conocida como Trotaconventos). El episodio más famoso es el de los amores de don Melón y doña Endrina: se basa y adapta una comedia latina anónima pseudo-ovidiana del siglo XII, el <<Pamphilus de amore>> que había tenido mucho éxito en toda Europa, en la cual el autor es protagonista de aventuras amorosas que se alternan con poemas vinculados con ellas, además de materiales derivados delArs amandi de Ovidio, que Juan Ruiz comenta,
- discusiones en vario tono sobre el amor, temas morales expuestos con el complemento de exempla, fábulas o religiosos (en especial, a la Virgen)
- sátiras, como la del dinero que ofrece una panorámica social muy completa de los comienzos del siglo XIV y refleja las tensiones sociales entre la naciente burguesía y los estamentos privilegiados (clero y nobleza) de la sociedad, donde es perceptible el papel del dinero como destructor del rígido orden estamental.
Se ha discutido mucho cuál puede ser la intención principal del Libro, dada la ambigüedad de su contenido. Seguramente Juan Ruiz demuestra un profundo conocimiento de las pasiones humanas y se demuestra capaz de realizar un portentoso balance entre la delicadeza y la desvergüenza, logrado por medio de una inteligencia muy fina, ambigua, irónica, briosa y audaz.
En el prólogo en prosa, el mismo autor nos sorprende: primero, afirma que muestra en su obra las mañas y engaños del loco amor (el amor mundano) para que los lectores se aparten de él y se orienten hacia el buen amor, luego añade enseguida estas desconcertantes palabras: <<Empero, como es cosa humana el pecar, si alguno -lo que no aconsejo- quisieran usar del loco amor, aquí hallarán algunas maneras para ello>>. Para algunos críticos, esta cabriola es simple broma y debe aceptarse la intención moral del libro. Otros, en cambio, ven el libro como obra de un gozador de la vida, aunque con momentos de arrepentimiento. Lo cierto es que en sus páginas coexisten o luchan el ascetismo tradicional y un nuevo talante vitalista y mundano. En uno de sus versos, el mismo autor dice que ha querido escribir un libro <<que los cuerpos alegre y a las almas preste>>. Hoy se tiende a considerar que es más bien un libro didáctico con propósitos artísticos, que lo contrario.
El Libro de Buen Amor es una de las obras cumbres de la literatura en lengua castellana de cualquier tiempo y no solo de la Edad Media. El heterogéneo libro contiene una colección de diversos materiales unidos en torno a la pretendida narración autobiográfica de asuntos amorosos del autor, quien es representado en una parte del libro por el episódico personaje de don Melón de la Huerta. En el Libro de buen amor aparecen descritas, a través de las amantes, todas las capas de la sociedad bajo medieval española. El Arcipreste demuestra dominar la cultura propia de los clérigos, usando un lenguaje rico, creativo, de variados registros (desde el popular y coloquial hasta el de la oratoria eclesiástica), de extenso léxico, incluso con términos en árabe de su época. A Juan Ruiz le gusta acumular sinónimos, ampliar los conceptos, describe con desbordamiento apasionado, tanto los aspectos mundanos del texto, como los religiosos y morales. Vive con alegría, ama el placer y se arrebata frente a las mezquindades o la muerte. El talante vivísimo del autor conlleva una nueva manera de mirar la realidad. Así entran en la literatura nuevas realidades: aspectos de la vida cotidiana, de un mundo bullente, de las gentes más diversas, con aspectos o detalles que no habían interesado antes. Igualmente el estilo es vivísimo, de una inusitada variedad de tonos (desde lo mas burlón a lo más dramático) y de una extraordinaria riqueza léxica, con predominio de lenguaje popular (aun siendo Juan Ruiz un poeta culto). Impresiona la fuerza de sus comparaciones y los refranes brotan de su pluma, como siglos más tarde en La Celestina o el Quijote. Añadamos algo muy curioso: pese a su citado carácter culto, Juan Ruiz se siente animado de un espíritu juglaresco. Ello le lleva, al final, a pedir a sus lectores u oyentes que hagan circular el libro y que lo retoquen a su gusto, con la única condición de que supieran hacerlo bien: <<Todo hombre que lo oiga, si bien trovar supiere, puede más añadir y enmendar si quisiere; ande de mano en mano a aquel que lo pidiere…>>. Esa es una actitud abierta, diferente de la de otros escritores contemporáneos que pretendían fijar su texto.
El Libro de buen amor presenta las características típicas del español medieval, una multitud de palabras muestran algunos aspectos de modernidad (la /f-/ inicial empieza a ser substituida por la <h> o la pérdida incipiente del artículo frente al posesivo).
EL PODER IGUALADOR DEL DINERO
- Mucho hace el dinero, y mucho es de amar
- al torpe hace bueno y hombre de respetar,
- hace correr al cojo y al mudo hace hablar;
- el que no tiene manos, dineros quiere tomar.
- Sea un hombre necio y rudo labrador,
- los dineros le hacen hidalgo y sabedor,
- cuanto más algo tiene, tanto es más de valor:
- el que no ha dineros, no es de si señor.
- Si tuvieres dineros, tendrás consolación,
- placer y alegria, y del Papa ración;
- comprarás paraiso, ganarás salvación:
- donde hay mucho dinero hay mucha bendición.
- Yo vi en Corte de Roma, do está la santidad,
- que todos al dinero hacen gran humildad;
- gran honra le hacían con gran solemnidad:
- todos a él se humillan como a la Majestad.
- Hacía muchos priores, obispos y abades,
- arzobispos, doctores, patriarcas, potestades;
- a muchos clérigos necios dábales dignidades:
- hacía de verdad mentiras y de mentiras verdades.
- Hacía muchos clérigos y muchos ordenados,
- muchos monjes y monjas, religiosos sagrados:
- el dinero les daba por bien examinados;
- a los pobres decían que no eran letrados.
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Es este uno de los episodios más famosos del Libro: el Arcipreste se ha transformado en don Melón de la Huerta, quien se enamora de la viudita doña Endrina de Calatayud, a la que nos presenta con estas exclamaciones llenas de entusiasmo:
- ¡Ay! ¡Cuán hermosa viene doña Endrina por la plaza!
- ¡Qué talle, qué donaire, qué alto cuello de garza!
- ¡Qué cabellos, qué boquita, qué color, qué buena andanza!
- Con saetas de amor hiere cuando los sus ojos alza.
Pero, como doña Endrina no le hace caso, don Melón busca la ayuda de la tercera Urraca, apodada Trotaconventos. Aparece así en la literatura la figura de la alcahueta, que, a finales del siglo XV, alcanzará plasmación inmortal en La Celestina. En este episodio del Libro de Buen Amor, el personaje es ya muy vivo, pero sin los rasgos diabólicos de Celestina. Trotaconventos es una de esas viejas entrometidas que andan de casa en casa, ofreciendo diversas mercancías, como hierbas, afeites, perfumes, e intercediendo ante las jóvenes en favor de algún enamorado. Todo el episodio tiene la intención moral de prevenir contra esas mujeres que, con apariencia inocente, minaban la voluntad de las jóvenes incautas. Dona Endrina no se fía ni de la vieja ni de las intenciones de don Melón. Pero acaba yendo a casa de Trotaconventos. EI mancebo finge pasar por casualidad, y llama con gran violencia. He aquí su maligno asombro al encontrar allí a su amada:
- ¡Señora doña Endrina, por mí tan bien amada!
- Vieja, ¿por eso me tenías la puerta cerrada?
- i Gran día es este en que hallé tal dama celada!
- Dios y mi buena ventura me la tuvieron guardada.
Los designios lascivos de don Melón, ayudados por la vieja, se cumplen, y Endrina increpa así a ésta:
- Doña Endrina le dijo: “¡Ay, viejas tan perdidas!
- a las mujeres tenéis engañadas, vendidas;
- ayer mil cobros* me dabas, mil artes**, mil salidas,
- hoy, que he sido deshonrada, todas han desaparecido!
*cobros = remedios contra la soledad – **artes = modos de combatir la soledad.
Pero Trotaconventos pone fin a tanta desesperación con esta sentencia:
- Pues que por mí, según dices, el daño ha venido,
- por mí quiero que el bien os sea restituido:
- sed vos su mujer; sea él vuestro marido;
- todo vuestro deseo lo dejo así cumplido.
Y, en efecto,
- Dona Endrina y don Melón, mujer y marido son;
- en la boda, los amigos se alegran con razón.
- Si es malo lo contado, otorgadme perdón,
- que lo feo de esta historia es de Pánfilo y Nasón*.
*Nasón = el poeta latino Ovidio Nasón, a quien, erroneamente, se atribuía durante la Edad Media el Pamphilus
Juan Ruiz sigue hablando de las mujeres que amó, y en esta especie de repertorio de posibilidades que es el Libro de Buen Amor, llega el turno a las serranas, es decir, a mujeres que vivían en las proximidades de una sierra, y que ayudaban a los viandantes a cruzarla mediante pago; otras veces no les dejaban pasar adelante, aunque el paso no ofrecía dificultades si no les daban regalos o dinero. Este tema de las serranas parece tradicional: hubo una poesía en Castilla, muy antigua, que narraba peripecias entre ellas y los viajeros. A esta tradición, bastante ruda, responde esta parte del libro. En la poesia provenzal existía otro género, el de las pastorelas, que describía el encuentro entre un caballero y una pastora. La tradición castellana de las serranas, junto a la tradición mucho más refinada de las pastorelas, se unirán cien años más tarde en otro gran poeta, el Marqués de Santillana, célebre autor de varias serranillas. He aquí el encuentro del Arcipreste con una serrana del Guadarrama, narrado en versos de arte menor:
- Pasando yo una mañana
- el puerto de Malangosto
- asaltóme una serrana
- apenas asomé mi rostro.
- <<Desgraciado, ¿dónde andas?
- ¿Qué buscas o qué demandas
- por aqueste puerto angosto?>>
- Le respondí a sus preguntas:
- <<Camino hacia Sotosalbos>>
- Dijo: <<El riesgo no barruntas
- al hablar así de bravo;
- por esta senda escarpada
- que yo tengo bien guardada,
- no pasan los hombres salvos>>.
- Plantóseme en el sendero
- la deforme, ruín y fea:
- <<No pases>>, dijo, <<escudero;
- aquí me estaré yo queda,
- hasta que algo me prometas,
- por mucho que tú arremetas,
- no pasarás a esa aldea>>.
- Díjele: <<¡Por Dios, vaquera,
- no me impidas la jornada!
- déjame hacer mi carrera;
- para ti no traje nada>>.
- Ella me dijo: <<Pues torna,
- por Somosierra retorna:
- la senda aquí esta cerrada>>.
- Y la Chata endiablada,
- que Santillán* la confunda
- arrojóme la cayada
- luego piedras con honda
- y con su dardo pedrero.
- <<¡Por el Padre verdadero,
- tú me pagas hoy la ronda!>>
- Nevaba alli y granizaba;
- díjome la Chata luego
- con tono que amenazaba:
- <<¡Págame! ¡si no te pego!>>
- Díjele: <<¡Por Dios, hermosa,
- más querría estar al fuego>>.
- Dijo: <<Vendrás a mi casa
- y te mostraré el camino;
- te encenderé fuego y brasa,
- y te daré pan y vino.
- Pero prométeme algo,
- y te tendré por hidalgo.
- ¡Buen día para ti vino!>>
- Yo, con miedo y aterrido,
- le prometí un garnacha**
- y ofrecíle un buen vestido,
- un prendedor y una plancha.
- Ella dijo: <<Bien, amigo,
- anda acá, vente conmigo,
- no le temas ya a la escarcha>>
*Santillán = San Julián, protector de los viandantes – **garnacha, una vestidura que se usaba entonces, forrada de piel