El último coche de nuestro padre fue un Simca 1200. Mamá había cubierto la tapicería con unas fundas de ganchillo, y en la bandeja trasera había puesto unos cojines con nuestros nombres: María, Carlota, Paloma. A nosotras esas fundas y esos cojines nos parecían horribles, y cuando digo nosotras la incluyo también a ella, nuestra madre, que decía que sí, que sí, que ya sabía que eran horribles pero que a nuestro padre le encantaban y qué le íbamos a hacer. Después papá murió y las fundas y los cojines siguieron ahí y, si alguna de nosotras sacaba alguna vez el tema, ella hacía un gesto que quería decir no me distraigas ahora, por favor, y decía exactamente eso;
– <<No me distraigas ahora, por favor>>.
No hacía ese gesto ni decía eso cuando le hablábamos de cambiar el papel de las paredes o de pintar el armario del dormitorio: sólo cuando se mencionaba el asunto de las fundas y los cojines, y no hacía falta ser un lince para darse cuenta que esas fundas y esos cojines no le parecían tan horribles. Otra de las expresiones características de nuestra madre era: <<ha llegado el momento de coger el toro por los cuernos>>. Recuerdo de habérsela oído al poco de quedar viuda, cuando por primera vez se enfrentó al Simca, que seguía donde mi padre lo había aparcado la noche misma de su muerte: delante del club White Horse. Estábamos las tres con ella, y cuando dijo que había llegado el momento de coger el toro por los cuernos creímos que iba a llamar a la puerta del burdel y montar un escándalo. Lo que hizo, sin embargo, fue meterse en el coche y preguntar:
– <<¿Y ahora qué?>>
Se refería a qué había que hacer para que aquello se pusiera en marcha. Mantenía la llave del contacto entre el pulgar y el índice como un cocinero que no se decide a echar esa última pizca de sal, y nos miraba, Paloma y Carlota sentadas en el asento de atrás, yo en el copiloto. Nos miraba como dicendo: <<¿me vais a explicar de una vez cómo funciona?>>, como exigiendo esa indicación simple y definitiva que debía convertir aquella inmovilidad en movimento. De algún modo pensaba que los coches funcionaban solos y porque sí, que para que echaran a andar bastaba con girar una ruedecilla o pulsar un botón, como si se tratara de una lavadora o de un televisor. Le dijimos que tenía que meter una llave y hacer contacto y después quitar el freno de mano, eso de ahí era el embrague y ese otro pedal el acelerador, para el intermitente debía de dar ahí…
– <<Pero, hijas mías>> – nos interrumpió con leve reproche -, <<¿cómo podéis saber tanto?>>
Dijo eso como diciendo: <<¿a quién creéis que engañáis? No puede ser tan complicado>>. Luego hizo uno de sus típicos mohines infantiles, y alegremente empezó a pisar pedales y a manipular las palancas del freno y del cambio. El motor estaba ya en marcha, y cuando quisimos darnos cruenta, el Simca dio un salto brusco y salió disparatado hacia un cercano cruce de caminos. Soltamos las cuatro un grito unánime:
– <<¡Aaaaaaahhhh…!>>
Entre el cruce y nosotras había unos cien metros de carretera, una triste parada de autobús, un par de bancos de cemento, una hilera de abetos más bien raquíticos. Mamá inmovilizada por el terror, no hacía otra cosa que aferrarse al volante y pisar con fuerza el acelerador, y mientras tanto el Simca seguía avanzando en primera, a una velocidad cada vez mayor y con un ruido de mil demonios. El tempo de las mujeres, Ignacio Martínez Pisón
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PRODUCCIÓN
En una situación de pánico los comportamientos que tenemos los hombres son muy diversos. Imagine una situación de terror en la que se ve envuelto y soluciónela